viernes, 3 de octubre de 2014

EN OCASIONES DECIDIMOS MEJOR CON POCA INFORMACIÓN.

                   Esa inferencia inconsciente pasa, en primer lugar, por aceptar que la falta de información, en determinadas circunstancias, puede ser un activo de la capacidad del razonamiento. Un grupo de experimentadores alemanes reunió a dos docenas de ciudadanos para ver cómo contestaban a la siguiente pregunta: ¿qué ciudad tiene más habitantes, Detroit o Milwaukee? ¿Cuál cree el lector que fue la respuesta?

             Se había hecho la misma pregunta a ciudadanos estadounidenses, y hubo división de opiniones: el 60% se inclinó por Detroit -que es la respuesta correcta-, pero el resto optó por Milwaukee. Cuando se hizo, como he mencionado antes, la misma prueba con ciudadanos alemanes -que sabían poquito de Detroit-, y la mayoría ni siquiera había oído hablar de Milwaukee-, ¿qué cree el lector que pasó? ¿Qué proporción de alemanes acertó la respuesta en comparación con los norteamericanos? Lo sorprendente es que prácticamente todos. Muchos más del 90%.

            ¿Y cómo es posible que las personas con menos información realicen sistemáticamente mejores inferencias que las que saben más cosas, porque se trata de ciudades de su propio país? Aquí se aplica una regla muy sencilla, que denominamos heurística de reconocimiento: "Escoge lo que conozcas". Esto es lo que se llama "regla general" o "heurística". Una heurística ignora información, ye sto es lo que acelera la toma de decisiones por el inconsciente en la situación adecuada. Los alemanes habían oído hablar de Detroit, pero no de Milwaukee: ése es el motivo. La ignorancia parcial puede ser útil, y siempre sucede así cuando, en el mundo real, el reconocimiento del nombre está correlacionado con lo que se quiere saber.

          Nuestro cerebro se pasa la mayor parte del tiempo haciendo conjeturas. Un ejemplo muy ilustrativo es el de la luna: cuando está situada en la horizontal de nuestro campo de visión, parece mucho más grante que cuando está en la vertical del firmamento. El cerebro está adivinando para que nosotros podamos vislumbrar cuándo se trata de un horizonte supuestamente cercano, con el mar de fondo, o de un horizonte supuestamente más lejano en la vertical del firmamento.

 

          Llegamos a distinguir un espacio bidimensional, lo cóncavo y lo convexo gracias a que el cerebro recurre al hecho archisabido de que la luz fluye desde arriba, hilvanando así la idea tridimensional de los cuerpos cóncavos y sus contrarios los convexos en función del sombreado subyacente. En este caso lo que el cerebro nos dice es que el objeto bidimensional es cónvcavo acentuando la sombra en la parte superior del objeto; mientras que en el otro caso la sombra se acentúa en la parte inferior.

        Esto es así porque en la historia evolutiva solamente había una fuente de luz y procedía de arriba. 

        Cuando la sombra de un objeto está en la parte superior, entonces el cerebro deduce que los puntos se alejan del observador.

         Es decir, en el mundo real, el cerebro está haciendo supersticiones, pero sobre la base de principios inteligentes, que son probables pero no seguros. 

EDUARDO PUNSET.
EL VIAJE AL PODER DE LA MENTE. 

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